From May 20, 2021 to July 31, 2022 the Society of Jesus throughout the world is celebrating an Ignatian Year. This year highlights the 500th anniversary when on 20 May 1521 St. Ignatius was seriously injured in a battle. A cannonball shattered his legs and he would spend months struggling first to live and then to somehow be able to walk again. This cannonball moment marks the beginning of Ignatius’ spiritual journey of conversion and a more closely following of Christ. It opened up a new dream for Ignatius, one he had not thought of earlier. He started seeing the world and all things new with the eyes of Christ. This moment thus had a physical and spiritual impact with great consequences, not only for Ignatius himself, but for all after him who have drawn from Ignatian spirituality in their own faith journey, and for the Church at large.
As this Ignatian Year begins the Church is also celebrating the great Feast of Pentecost. On this fiftieth day after the Resurrection, something new started to happen among Jesus’ disciples. Unlike in the days of Moses when God appeared on a mountain with fire, flames now came to each member of the community, and they were all filled with the Holy Spirit. Luke’s story could lead us to believe that the disciples went through an instantaneous transformation: receiving the Spirit, speaking in tongues, then preaching effectively to a multi-cultural crowd. In reality, that which seemed to happen in an instant was the effect of meeting with the risen Lord, prayer and discernment. Instead of a miraculous conversion, it took them 50 days of communal prayer to open their hearts and minds to what God was ready to do among them and in all of them. And their new journey was just beginning!
Like Ignatius, the first followers of Christ had a cannonball moment on Pentecost that would allow them to slowly open to the breadth of God’s plan, with an emphasis on their gradual acceptance of Paul and his incorporation of Gentiles into the fold. Even under the influence of the Holy Spirit, learning how to be Christians was a slow process. As the letters of Paul demonstrate, it was not easy for the disciples to adjust to the fact that the Spirit works through each individual believer, whether Greek, Jew, slave, free, woman or man. Knowing how much they would have to grow, Jesus had forewarned them that they had much to learn, but that they would only be able to bear it when they were guided by the Spirit of truth.
I believe as a community of faith we have experienced a cannonball moment. The Pandemic has rocked our world and all of our lives in so many ways. From the first followers of Jesus to St. Ignatius of Loyola, it is clear that the experience of a shocking event triggers a form of a conversion, a desire to follow Christ more closely, a desire to change one’s life fundamentally and start over, a discovery of a new dream, a way of seeing things new in Christ, is not an experience that is limited to the 1st century of the church or to the 16th century times of St. Ignatius, but rather an experience all of us in this moment of time can relate to.
Here are three questions we can begin to pray over together:
1) How is Christ calling us as individuals and a faith community as we slowly emerge from the Pandemic?
2) What will be our mission in his name as we journey beyond the horrors of these many months to a new post-Pandemic moment?
3) Can we like the Apostles and St. Ignatius broaden our personal and communal plans so as to embrace a more expansive vision of self, society and church?
ALL THINGS NEW WITH THE EYES OF CHRIST.
Del 20 de mayo de 2021 al 31 de julio de 2022, la Compañía de Jesús (los jesuitas) en todo el mundo celebra un Año Ignaciano. Este año destaca el 500 aniversario del día (el 20 de mayo de 1521) en que Ignacio de Loyola resultó gravemente herido en una batalla. Una bala de cañón le rompió las piernas; tuvo que pasar meses luchando por vivir, y de alguna manera por volver a caminar. Por este acontecimiento (“de bala de cañón”) Ignacio comenzó un camino espiritual de conversión y un seguimiento más de cerca a Cristo. La herida posibilitó un nuevo sueño en la vida de Ignacio, al que nunca había prestado atención. Por los ojos de Cristo comenzó a ver el mundo y a ver todo de modo completamente nuevo. La herida tuvo así un impacto físico y espiritual con grandes consecuencias, no solo para el mismo Ignacio, sino para toda la Iglesia, y para todos los que siguen su propio camino de fe y que se inspiran en la espiritualidad ignaciana.
Al comienzo de este Año Ignaciano, la Iglesia también está celebrando la gran fiesta de Pentecostés. Cincuenta días después de la Resurrección, algo nuevo comenzó en la comunidad de los discípulos de Jesús. A diferencia de los días de Moisés, cuando Dios se le apareció con fuego en una montaña alta, el día de Pentecostés las llamas se posaron sobre cada miembro de la comunidad y todos se llenaron del Espíritu Santo.
El relato de Pentecostés según Lucas podría llevarnos a creer que los discípulos pasaron por una transformación instantánea: recibieron el Espíritu, hablaron en lenguas y luego predicaron con poder a una muchedumbre multicultural. En realidad, lo que parece haber ocurrido en un instante se debía al encuentro con el Señor resucitado, a la oración y al discernimiento. En lugar de una conversión milagrosa, los discípulos tuvieron que pasar cincuenta días de oración comunitaria antes de abrir sus corazones y mentes, y así ver lo que Dios había planeado en ellos y entre ellos. ¡Y su nuevo viaje apenas comenzaba!
Como Ignacio, los primeros seguidores de Cristo --- al llegar el día de Pentecostés --- experimentaron un “momento de bala de cañón” que les dejó abrirse lentamente al amplio plan de Dios, incluyendo — ¡cuán grande fue la novedad! — escucharle a Pablo y recibir en el redil cristiano a los paganos gentiles. Incluso bajo la influencia del Espíritu Santo, ¡aprender a ser cristianos fue un proceso lento! Como demuestran las cartas de Pablo, a los discípulos no les fue fácil aceptar que el Espíritu obra a través de cada creyente individual, ya sea griego, judío, esclavo, libre, mujer u hombre. Sabiendo cuánto tendrían que desarrollar su fe, Jesús les había advertido que tenían mucho que aprender, pero que solo podrían aguantarlo guiados por el Espíritu de la verdad.
Creo que como comunidad de fe hemos experimentado un “momento de bala de cañón.” La pandemia ha sacudido nuestro mundo y toda nuestra vida de muchas maneras. Desde los primeros seguidores de Jesús hasta San Ignacio de Loyola, queda claro que una experiencia impactante desencadena una forma de conversión, un deseo de seguir más de cerca a Cristo, un deseo de cambiar la vida fundamentalmente y empezar de nuevo. Un deseo de descubrir un nuevo sueño, y de ver las cosas nuevas en Cristo, no es una experiencia que se limita al primer Siglo de la iglesia ni al Siglo décimo-sexto en la época de San Ignacio, sino es una experiencia que todos podemos entender en el mundo actual.
Aquí hay tres preguntas que podemos meditar y contestar en nuestra oración comunitaria:
1) ¿De qué manera nos llama Cristo, como individuos y como comunidad de fe, mientras que salimos lentamente de la pandemia?
2) ¿A qué misión nos llamará Jesús, mientras viajamos más allá de los horrores de estos muchos meses hacia un nuevo momento pospandémico?
3) ¿Podemos, como los Apóstoles y San Ignacio, ampliar nuestros planes, tantos personales como comunitarios, para abrazar una visión más expansiva del yo, de la sociedad y de la iglesia?
VER TODO DE NUEVA MANERA CON LOS OJOS DE CRISTO.
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