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Writer's picturePaulo K Tiról

12/27/20: Put On Love! / ¡Vístanse de amor! (Col. 3:14)



Everyone knows that family life is a combination of happiness and sadness, with a lot of the ordinary in between. But what about the Holy Family? Surely there was nothing but peace and happiness?


Not really. Life wasn’t always a bed of roses for them. Remember Joseph’s initial plan to divorce Mary to protect her from shame when her pregnancy was discovered (Matthew 1:19)? Or Mary having to give birth in a stable (Luke 2: 1-7)? Or what about Mary and Joseph losing track of their son on the way home from Jerusalem (Luke 2: 44)? They also had to deal with Herod’s murderous rage, a secret flight to Egypt, resettlement in Nazareth, and Joseph’s early death. All of these moments, and more besides, could have filled them with anxious, fearful thoughts. I similar circumstances, we certainly would have felt tempted to wish for an easier life.


But whatever Mary and Joseph and Jesus thought about their struggles, one thing is clear. They never gave up. In their faithfulness and trust—and even more so, in their commitment to love one another—they show us how to weather the storms of life.


Love. That’s what makes a holy family. Not the sentimental love of songs and movies but the strong, relentless, stubborn love of God. The divine love that the Spirit pours into our hearts (Romans 5: 5). The selfless love that bears all things, hopes all things, and forgives all things. The pure love of a God who became one of us and died to save us.


No family has a perfect life. Every family faces hardships of one sort or another. But every family also has a heavenly Father who loves them and delights in teaching them how to love each other. So on this feast of the Holy Family, let’s pray for our families, and for every family on earth. May we all learn to “put on love” (Colossians 3: 14)!


“O God, pour out your merciful, healing love on my family and on every family today”

 

Se sabe que la vida en familia no es siempre un lecho de rosas, sino una experiencia de algo feliz, de algo triste, y de algo regular. Así es en las familias humanas — ¿pero cómo fue la experiencia de María, José y Jesús? En cuanto a la Sagrada Familia, ¿experimentaron solamente paz y felicidad?


Pues No. No durmieron siempre en lechos de rosas. Recuerden:

(1) José quiso divorciarse de María cuando se supo que salió embarazada — pero por un divorcio secreto para no darle vergüenza a María. (Mt 1, 19).

(2) María tuvo que dar a luz en un establo. (Lc 2, 1-7).

(3) María y José buscaron a Jesús con gran ansiedad, cuando él se quedó en el Templo luego de su peregrinación a Jerusalén. (Lc 2, 44).

(4) Lleno de rabia, Heródes quiso matarle a Jesús. Por consiguiente se hizo la huida en Egipto, el regreso a Nazaret y la muerte prematura de José.


Estos acontecimientos, y otros muchos más, pudieron quitar la paz al corazón de María y José. Y lo mismo puede quitar la paz a nosotros también y hacernos desear una vida más tranquila. Sin embargo, tan grandes o tan pequeñas que hayan sido las dificultades de su vida, María y José no perdieron las esperanzas. Por su compromiso mutuo y fiel, por el amor que les unió, María y José nos enseñan lo que es superar las tormentas de la vida.

Amor. El amor hace que una familia sea sagrada. No me refiero al amor romántico y algo falso de canciones y películas, sino al amor fuerte de Dios, que se muestra tenaz y perseverante. Ese amor que el Espíritu derrama en nuestros corazones (Rom 5, 5). Ese amor que lo sufre todo, lo espera todo, y lo soporta todo. Ese amor puro de Dios que nació para acompañarnos y murió para salvarnos.


Ninguna familia goza de una vida completamente feliz. Todas las familias se tienen que enfrentar a trabas de diversos tipos. Pero todas las familias, a pesar de las dificultades, tienen un Padre celestial que las ama, un Padre que se deleita enseñándoles el amor mutuo, unos a otros. Por lo tanto, al celebrar la Fiesta de la Sagrada Familia, roguemos por nuestras familias y por las de toda la tierra. Y aprendamos todos a vestirnos de amor. (Colosenses 3, 14).


“Oh Dios, derrama sobre mi familia, y sobre toda familia, tu amor compasivo que nos sana!”

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