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Writer's picturePaulo K Tiról

3/7/21: “I, the Lord, am your God.” / “Yo soy el Señor, tu Dios.”


As our forty day journey continues in this third week of Lent, we are presented with powerful readings. In our first reading from the Book of Exodus God reminds the Israelite people and all of us that God’s ultimate desire is to be our Lord and our God. What can stand in the way of this divine desire? God through Moses outlines the human obstacles to the realization of God’s desire: greed, envy, theft, adultery, anger, etc. Through the Commandments God communicates to the people of the Old Testament and those of us as Christ’s followers what can become the wedge between God’s love for us and our response to that love. Are there wedges for us between God’s love and our response?


To answer this Lenten question I propose that we do what Jesus does in today’s Gospel. We really have to turn upside down and go deep within ourselves to critically examine what are our idols, distractions and possible false gods. As Jesus entered the Temple and saw so much hypocrisy and a sacred space made profane, we have to ask ourselves those tough spiritual questions in this third week of our Lenten journey: Is Christ the center of my life; Am I truly serving Christ or myself and my self-interests; Do I care for the needs of the poor and suffering or only about my own advancement and success; Do I daily strive to speak words of healing and hope or more often than not speak words of hurt and judgment?


Let us continue to do the hard work of Lent this week by going deep within and asking ourselves the difficult spiritual questions all the while mindful of Christ’s incredible love and divine desire to be our God, our way, our everything. May these words from John’s Gospel especially encourage us this week:

“God so loved the world that he gave his only Son, so that everyone who believes in him might have eternal life.” (John 3:16)

 

A medida que nuestro viaje de cuarenta días continúa en esta tercera semana de Cuaresma, se nos presentan lecturas poderosas.


En nuestra primera lectura del Libro del Éxodo, Dios recuerda al pueblo israelita y a todos nosotros que el mayor anhelo de Dios es ser nuestro Señor y nuestro Dios. ¿Qué puede interponerse en el camino de este deseo divino? Por las palabras de Moisés, Dios describe los obstáculos humanos que impiden la realización del deseo de Dios: avaricia, envidia, robo, adulterio, ira, etc. Por medio de los Mandamientos, Dios comunica a la gente del Antiguo Testamento y a nosotros los discípulos de Cristo lo que puede convertirse en una cuña que separa el amor de Dios y nuestra respuesta a ese amor. Al considerar la vida nuestra, ¿encontramos cuñas entre el amor de Dios y nuestra respuesta?

Para responder a esta pregunta cuaresmal, propongo que hagamos lo que Jesús hace en el Evangelio de hoy. Sin duda alguna nos toca ponernos patas arriba y mirar nuestro interior profundamente para reconocer críticamente nuestros ídolos, distracciones --- y posiblemente nuestros dioses falsos. Del mismo modo que Jesús entró en el Templo y vio la hipocresía de los vendedores que habían profanado un lugar sagrado, tenemos que hacernos esas difíciles preguntas espirituales en la tercera semana de nuestro viaje cuaresmal: ¿Es Cristo el centro de mi vida? ¿Estoy sirviendo en verdad a Cristo, o a mí mismo y a mis propios intereses? ¿Me preocupo por las necesidades de los pobres y los que sufren, o me preocupo solo por mi propio progreso y éxito? ¿Me esfuerzo todos los días por decir palabras que sanan y dan esperanza o, con más frecuencia, digo palabras que duelen, juzgan y condenan?


Continuemos haciendo el arduo trabajo de la Cuaresma esta semana, mirando nuestro interior profundamente, y haciéndonos difíciles preguntas espirituales, sin olvidar el increíble amor de Cristo y el anhelo divino de ser nuestro Dios, nuestro camino, nuestro todo. Que estas palabras del Evangelio de Juan nos animen especialmente esta semana:


"Dios amó tanto al mundo que dío a su hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna." (Juan 3, 16)

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